jueves, 13 de enero de 2011

... y ese río nada que se mete


Hace dos días, recibí una llamada que ahondó mis preocupaciones de tiempo atrás y me lleva a escribir esta columna, con la que espero no meter a todos en el mismo costal, pero si por lo menos, despertar la inquietud en algunos ciudadanos y dirigentes, sobre lo que está pasando en Colombia con los recursos para los pobres. No me voy a referir a lo que se pierde en manos de quienes los administran, ya de por si es mucha la plata que se van en sobrecostos de kit escolares, mercados incompletos, insumos vencidos o deteriorados; y por el poco control en la contratación al amparo de las urgencias manifiestas. Me voy a referir a aquellos miserables que se hacen pasar por pobres sin serlo.
En el primer año de gobierno de Aníbal Gaviria, visitamos el municipio de Nechí. En el alar de una casa, en una mecedora se balanceaba apacible una anciana, al ser saludada e interrogada de cómo iba, su respuesta fue: “no… doctor, muy pobres y ese río nada que se mete”, se refería a las consabidas y rutinarias inundaciones del municipio cada año o inclusive menos, con las cuales llegaba la ayuda del gobierno, con colchonetas, ollas, utensilios de aseo y de cocina, botas, toldillos y mercados, que casualmente nunca duraban hasta la siguiente inundación y que por el contrario, coincidía con una sobreoferta días después, de estos elementos en las cacharrerías del pueblo.
Para no pasar vergüenzas, no profundizo en los datos de aquella familia de mi pueblo, de la cual uno de sus ilustres miembros se me aproxima un día a preguntarme: “¿habrá forma de hablar con el alcalde”?, para solicitarle que visitaran e incluyeran a su madre como beneficiaria del sisben. ¿Cuál podría ser la respuesta para aquel hermano de 16 mas, de los cuales por lo menos viven 12, entre ellos varios, con una posición económica holgada y otros muy bien jubilados y cuando la venerable anciana, necesitada del subsidio, habita como dueña tal vez la mejor propiedad del marco de la plaza?
¿Qué será lo que pasa?, me preguntó un amigo hace pocos días, cuando me pedía que le ayudara a conseguir un jardinero para su casa. Ya le había recomendado dos a los cuales había entrevistado y le parecieron adecuados para el trabajo, inclusive, se había pactado el salario, pero con ambos surgieron unas coincidencias que no les permitieron aceptar el empleo. Mi amigo, fiel y estricto cumplidor de su deber ciudadano les pagaría la seguridad social y todas las prestaciones a las que tienen derecho; ellos, residentes en zonas rurales de Envigado, no estaban dispuestos a renunciar al sisben por que supuestamente “perderían muchos beneficios”
Inmediatamente llegaron a mi memoria estas y muchas mas anécdotas de este tipo, cuando escuche que mi amigo, joven campesino, humilde líder comunitario, esmerado por sus vecinos y coterráneos, me preguntaba casi desvalido, con la respetuosa e ingenua transparencia que lo caracteriza “doctor: ¿usted como hace para ejercer la política?, yo no aguanto más, me mame de la gente que quiere ser pobre sin serlo”. Al otro lado me quede sin respuesta por un largo rato. Solo después entendí que este reclamo no debería quedar entre los dos, por eso escribo estas notas, con el cuestionamiento: ¿cuándo van a salir los pobres de su abandono con tanto miserable robándoles lo que necesitan?

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