jueves, 9 de septiembre de 2010

Madres alcahuetas


En 1993 se vivía en la zona nororiental de Medellín, específicamente en el área de influencia del centro de salud El Raizal de Metrosalud, una guerra sin tregua entre los jóvenes de los barrios La Cruz, Versalles 1, Versalles 2, Raizal, la 30 y Bello oriente. Además de los límites demarcados, había símbolos que delataban a los supuestos contrincantes. Quien llegara a la zona de la cancha o del puente con los zapatos sucios de tierra amarilla, era un habitante de Bello oriente y corría el riesgo de perder su vida, al igual que aquel habitante que con conocimiento o no, cruzara el puente de un lado hacia el otro o pasara del tercer poste hacia acá o hacia allá. Peor que en Berlín con su muro, allí sin él, las familias estaban condenadas a no verse o visitarse a pesar de estar a menos de dos cuadras de distancia y aun sus hijos, primos entre sí, terminaban siendo enemigos a muerte, fruto de la injerencia que en cada sector tenían los lugartenientes del recién fugado Pablo Escobar, quien quería rehacer y rearmar su tropas para enfrentar al gobierno; o las milicias de las FARC y del ELN que iniciaban su estrategia de toma de ciudades; o de los PEPES que querían enfrentar a su enemigo Pablo Escobar y después de estos a las entonces incipientes AUC.
El centro de salud quedaba justo en medio de las zonas de dominio, lo que hacía que constantemente quedara sometido con todos sus usuarios, al cruce de balas y petardos y cada vez con más frecuencia se convertía en trinchera de los de arriba o los de abajo, o los de un lado o del otro. No le quedo más alternativa a su director que cerrar el centro para no poner más en riesgo a sus usuarios y al personal asistencial.
Pues en ese entonces fueron las madres de aquellos muchachos, campesinas o pueblerinas por lo general, casi todas cabeza de familia por la ausencia “tacita o implícita” de los padres, quienes los obligaron a iniciar un proceso de paz, porque ellas no admitían quedarse sin puesto de salud. A punta de pura cantaleta y de imponer su autoridad matriarcal, en menos de una semana se volvió a abrir la institución, y las muertes y enfrentamientos casi que desaparecieron. Que sus hijos se estaban desviando, muchas lo presumían, que fumaban marihuana, todas lo sabían, pero “hay del que lo hiciera en presencia de ellas”.
Sin embargo sus hijas no fueron capaces de heredar ese talante ni de recibir estos valores, muchas de ellas terminaron embarazadas del sicario, o del duro o del jíbaro de la cuadra y en muy corto tiempo nuevamente embarazada y en poco tiempo otro mas, todos con diferente progenitor, porque el primero, el segundo y con seguridad el tercer padre rápidamente dejaba de existir. Son estos hijos de esa generación, los que hoy tienen a los barrios de Medellín y a la ciudad en jaque y son estas madres las que hoy no son capaces de infundir ni respeto, ni autoridad, por el contrario son ellas las alcahuetas de estos bandidos juveniles, es en la sala de la casa donde se fuma bareta y donde se tira perico, es debajo de la cama de “la cucha” donde se guardan las armas y es ella quien esconde al hijo y como decía el Coronel Martínez comandante de la policía metropolitana, quien recibe machete en mano, con palos y chancletas a la autoridad que busca al malhechor. Es ella quien justifica a su hijo cuando abusa de alguna niña, o quien reprende a su hija cuando fue abusada.
Todos miran a esos jóvenes bandidos, todos buscan como sancionar mas al delincuente y al colaborador voluntario o involuntario, pero nadie está mirando a esas niñas de hoy madres de mañana, que están garantizando que la situación actual no mejore. 8384 adolecentes embarazadas en Medellín en el 2009, 326 entre 10 y 14 años, 8058 entre 15 y 19, una tasa de 84 adolecentes embarazadas por cada 1000 embarazos. Una incidencia mayor de este fenómeno primero en la comuna de Aranjuez, segundo en los Populares, tercero en Manrique y cuarto en San Javier. Habrán mamás e hijos, pero no familias y mientras desde las familias no se retomen los valores, mientras en ellas no se restablezcan los principios de autoridad, mientras en ellas no se determine el respeto como regla básica de la sociedad; no habrá normas, ni fuerza pública que pueda controlar el desorden que hoy vivimos.

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